domingo, agosto 6
Hay un ciber que cada muy cerca de mi casa al que vengo bastante seguido. Si bien hay otro que me gusta mas, éste está cerca.
Hay un chico nuevo que atiende en la barra, un negrito medio feucho pero simpatico, que no tendrá 20 años.
No para de hablarme, de hacerme preguntas y de acercarse a mi máquina cada vez que puede. Se le van los ojos por chusmear lo que tenga en el monitor.
Si, chusmear, esa es la palabra.
Ayer me hico preguntas como adónde salís y cosas por el estilo. Y has me preguntó que hacía ese viernes a la noche. Hoy me preguntó el hombre. Se llama Darío.
Y si, mi chiquito, te entiendo, como no vas a acosarme así: si yo me veo tan profundamente encantador y tan terriblemente sexy un domingo a la mañana, con el pelo sucio y la cara hecha mierda.
De todas formas, salvando las distancias que se puedan rescatar, siempre me generó una (confusa) admiración la gente capaz de entablar una charla, con desconocidos, tan descaradamente.
Hay como una especie de
legalidad para el levante y para el
me hacerco a hablar que sólo dan ciertos espacios. Es como cuando una cruza el umbral de un boliche, y tiene algo de halagador incluso que alguien venga y te diga que le gusta tu pelo o que te quiere hacer una mamada (por poner un ejemplo al que seguramente alguno de ustedes está acostumbrado). Y así con todo. Un boliche onda
cruising bar (
tetera, chicos), no va a tener demasiados reparos a la hora de arrastrarte de los pelos para meterte en una cabina. Y a la inversa también, tal vez con un poco más de moralidad y de "niño del interior", pero quién no se escandalizó cuando se lo quisieron levantar a uno en un boliche paqui. No porque uno tenga ganas de aparentar nada, pero el contexto no ameritaba eso.
La
predisposición. Esa es la palabra: una predisposicion a razonar de tal o cual forma, a elaborar juicios de valor sobre una misma cosa para un
halago o para una
ofensa a mis principios. Si bien todos los objetos que manoseamos día a día están teñidos de nuestra cultura y nuestra tradición, nuestros espacios de recreación o lo que sea (también están teñidos de cultura y tradicón) son los que nos modifican a nosotros.
Siempre me pareció fascinante de los
porteños (mierda más grande como decirle así a los rioplatenses no hay) es esa cosa de perseguir minas por la calle, de levantarselas en el colectivo, de yirar entre putos en el subte sin nada que los detenga. No hablo de bestias sexuales, hablo de
espacios descontracturados, me parece.
De todas formas, yo cuando estoy en el ciber, no quiero que me jodan. Igual, creo que en un rato le pregunto que estudia, a ver qué me dice, jaja